La mayoría concebimos la «siesta» como un capricho, pero es un error caer en este pensamiento. Eduard Estivill, director de la Clínica del Sueño, afirma que la siesta «no es un invento de los latinos ni mucho menos de los españoles, es una necesidad del cuerpo». 

No tenemos por qué sentirnos culpables de querer dormir un poco al inicio de la tarde, incluso cuando no hemos comido.

El cuerpo humano es sabio y no pide dormir por capricho. Según un estudio de la Universidad de Adelaida, en Australia, publicado en 2010, las siestas pueden mejorar el rendimiento cognitivo además de presentar beneficios para la presión arterial.

Otro de los aspectos que se ven beneficiados es la memoria. De hecho la Fundación Nacional para el Sueño de EE UU afirma que «pueden restaurar el estado de alerta, mejorar el rendimiento y reducir los errores y accidentes».

Javier Puertas, vicepresidente de la Sociedad Española de Sueño (SES) y jefe del servicio de Neurofisiología y Unidad de Sueño del Hospital de La Ribera, en Valencia, asegura que esta costumbre ancestral produce una mejora en la capacidad de concentración. Y Mercedes Bermejo, directora de la Escuela Europea de Psicología y Educación, se refiere a un aumento de la inteligencia emocional. «Nuestra actividad cerebral, nuestro estado de ánimo y autoestima también se verán beneficiados», dice.

A pesa de los grandes beneficios, es importante recordar que no hay que echarse una «siestecita» por más de 30 minutos, a no ser que se trabaje por la noche.

Pero, ¿por qué nos entran esas ganas de dormir casi imposibles de contener? Eduard Estivill, explica que «el reloj biológico —que está formado por un grupo de células cerebrales— está programado para que caigamos rendidos entre las 22 y las 24 horas, y que nos levantemos entre las 7.00 y las 9.00. Pero se ha descubierto que, ocho horas después de la hora de levantarnos, el cerebro tiene una pequeña necesidad de sueño». Estivill asegura que hacer caso al cuerpo y dormir un poco puede “aumentar nuestro rendimiento por la tarde entre un 10 y un 12%, y no solo el intelectual sino también el físico”.

Todos los expertos advierten que la siesta no debe durar más de 30 minutos. «Tiene que ser corta, lo que llamamos sueño superficial, que es la primera fase del sueño y que suele durar entre 15 y 25 minutos. Si estamos durmiendo 45 minutos es probable que nuestro cerebro entre en la fase profunda del sueño y es cuando nos levantamos con la cabeza espesa», explica Estivill. Se refiere a esa sensación tan desagradable de que uno no solo no ha dormido suficiente sino que está aún más cansado que antes de cerrar los ojos. Es lo que se conoce como inercia del sueño, una sensación de somnolencia y desorientación que en absoluto te ayudará a rendir como es debido por la tarde.

Las siestas largas tienen otra pega: pueden interferir en una buena higiene de sueño. Es decir, provocan un retraso de la hora de irse a dormir. Por eso Estivill solo las considera «aconsejables cuando se trabaja por turnos, o por viajes. En ese caso se puede realizar una siesta de hora y media porque es lo que dura una fase completa de sueño, que comprende el sueño superficial, el profundo y el de tipo REM».

A estas alturas y con las cosas tan claras sobre lo bueno que es echar una cabezadita, es lógico preguntarse por qué ha tenido siempre tan mala fama. «Desde la perspectiva del puritanismo protestante anglosajón respecto al trabajo, se ha asociado a la pereza y a un hábito mediterráneo, de países poco productivos. Alejados de estos prejuicios, en muchas fábricas japonesas hace tiempo que se permite la siesta como una forma de mejorar el rendimiento», argumenta el vicepresidente de la SES, Javier Puertas.

En todo caso, hasta tal punto se ha aceptado la idea de que la siesta es beneficiosa que no son pocas las grandes empresas que han acondicionado una sala para que sus empleados hagan una siesta. No hay que sentirse culpable por dejarse llevar por la sensación de somnolencia del mediodía. Después de todo, personajes tan productivos como Winston Churchill, Albert Einstein y Margareth Thatcher eran grandes aficionados a la siesta, y no por su cercanía a la cultura española. Así que no lo olvidemos, intentemos echarnos una siesta de 15 a 25 minutos todos los días. Saludos saludables.